Se quejan los policías de Francia del alto nivel de rechazo de la sociedad, y es que no es para menos.
En los últimos días el mensaje es claro. Para el Gobierno sólo hay una forma de afrontar la protesta ciudadana: dando rienda suelta a las imágenes de enfrentamientos, declinadas en ruedas de prensa, telediarios, tertulias y demás soportes, formatos y tonos. Como suele decirse, “las barricadas no tienen más que dos lados” y ya sabíamos en cuál se encuentran las cámaras de TV.
Hay que recordar lo evidente, siempre obviado por los grandes medios: si la policía es tan detestada es porque es el brazo armado de un gobierno que pilota su barco a golpe de látigo, políticas racistas, estado de emergencia o con la reciente aprobación a rodillo y por decreto de la Ley El Khomri. La policía es siempre la última vitrina que protege físicamente al Gobierno. Lo han entendido bien los manifestantes no sindicados que los dos últimos meses toman la cabeza de las manifestaciones, tratando una y otra vez de desbordar los dispositivos policiales para dirigirse directamente al Gobierno.
Varios cientos de activistas se dieron cita para “rodear a la policía” y denunciar el lloriqueo de aquellos que aceptan gasear, dar porrazos, estirones, empujones y golpes, grabarlos y ficharlos, y de vez en cuándo hasta matar en nombre del actual estado de las cosas.
La escena es violenta, es evidente. Hay una imagen fuerte donde un policía es golpeado a causa de lo que representa. Esta imagen muestra lo que pasa en Francia desde hace más de dos meses, una ofensiva contra el gobierno y sus fundamentos, lo que abre una brecha difícil de cerrar en los tensos momentos que vivimos.
Porque, no lo olvidemos, para que el Estado moderno pudiera emerger tuvo que liquidar primero la cuestión de la violencia, hacerla su monopolio. Dicho de otra forma, el Estado se afirma poderoso desde que la única violencia legítima se vuelve suya. Las demás formas de violencia fueron vencidas y cada vez que una nueva emerge, el Estado no puede sino declararle la guerra, porque amenaza directamente su existencia. Sólo así se explica la falsa acusación de intento de homicidio con premeditación que recae contra los asaltantes.
Pero lo que vemos en Francia los dos últimos meses es lo contrario: que el número y determinación de aquellas y aquellos dispuestos a oponerse a este mundo no para de aumentar. Se crean nuevas solidaridades, formas diferentes de manifestarse conviven; el miedo cambia de bando.
No se trata de hacer apología de la violencia, Se trata más bien de saber tomar colectivamente el camino que nos ha sido negado: ser personas que deciden juntas vivir de otra manera.